jueves, 26 de junio de 2014

EL IMAGINARIO JESUÍTICO EN LA MÉRIDA COLONIAL Y REPUBLICANA

Edda O Samudio A.
Universidad de Los Andes


Introducción
El polifacético imaginario jesuítico en los periodos de dominación hispánica y en el republicano, motivo de esta  presentación, dejó testimonios tangibles e intangibles, materiales y espirituales en los espacios sociales de la ciudad serrana y en la vasta área de influencia ignaciana. [1] De esa manera, en esta exposición nos proponemos  examinar y dar sentido al entramado de  las variadas representaciones simbólicas ignacianas en un tiempo de larga duración que  a través de una serie de instituciones forjadas en espacios sociales diversos, moldearon sus actuaciones materiales y espirituales, las que  interactuaron individual y colectivamente en el acontecer de la cotidianidad de la  Mérida de entonces. El colegio, la iglesia y las unidades de producción constituyeron la terna sobre la que la Compañía de Jesús, levantó la obra que trascendió en la vida venezolana: modelar en forma integral la juventud con el hálito del humanismo cristiano e infundir sus valores en la colectividad  para cimentar una sociedad virtuosa. 
El colegio irradiador primigenio de saber y virtudes.

El contexto urbano emeritense, al igual que en otras provincias de ultramar, fue el lugar propicio y primer  escenario en el territorio de la Venezuela actual, en el que  los jesuitas arraigaron su presencia con  el establecimiento de sus colegios, en los que implementaron una serie de herramientas para llevar a cabo desarrollo de su labor educativa destinada a formar las elites  de las  incipientes sociedades citadinas en los territorios americanos. También el púlpito los sermones cargados de enseñanzas religiosas robustecían en los jóvenes estudiantes la forma de vida que se correspondía con la metodología instituida en la Ratio Studiorum, la que postulaba la formación de un ser único y perdurable, formación holista, instructiva y formativa que   capacitaba  a los jóvenes para que fueran líderes en las embrionarios sociedades de las urbes.
En las primeras décadas del siglo XVII, cuando la pequeña ciudad andina empezaba a experimentar el auge económico de la actividad agro comercial, en mayo de 1628,  la orden ignaciana,  levantaba a una cuadra de la plaza mayor, espacio urbano de mayor prestancia y significación, su primer centro de enseñanza en el extremo  septentrional se Sud América, el colegio San Francisco Javier del que formó parte  su  templo contiguo, contexto espiritual que complementaba los aprendizajes del aula. A partir de ese momento los iñiguistas dieron inicio a la docencia ininterrumpida por casi ciento treinta y nueve años.[2]en los que el plantel contó con la presencia temporal de religiosos eruditos, tanto criollos, como provenientes de distintas regiones  europeas,
 con conocimientos  en biología, pintura, latín, filosofía, escultura, arquitectura  y música, entre otras disciplinas. Al colegio de Mérida fueron designados algunos de  los  más ilustres jesuitas de la Provincia del Nuevo Reino, entre ellos, el magnífico lingüista  padre José Dadey y el magistral latinista y lucido poeta, padre José Solano.
Rectores, Docentes, Orientadores Espirituales, Prefectos, Predicadores y Administradores, desarrollaban con rigurosidad  su quehacer formador en el aula como en cada espacio del plantel.  Entonces, empezó la enseñanza de las primeras letras  y las lecciones básicas de Gramática griega y latina que constituían la plataforma para seguir las disciplinas mayores, las que cursaban  preferentemente en  la Universidad Javeriana de Bogotá [3]y,  en algunos casos, en  la Universidad de Gorjón  de Santo Domingo, primera universidad en el Continente, pero buscaron en Caracas la obtención los grados mayores,  cuando el 22 de Diciembre de 1721, mediante Real Cédula, el Rey Felipe V confirió al Seminario Santa Rosa de Lima,  la gracia de conceder grados y, casi al cumplir su primer aniversario,  el 18 de Diciembre de 1722,  el Papa Inocencio XIII le concedió carácter de Pontificia. El prestigio, respecto y confianza de la formación jesuítica debió influir para que algunos merideños rehicieran religiosos de la orden ignaciana en el colegio de la Compañía  de Jesús  de la capital del Nuevo Reino
En el provinciano colegio de Mérida, al igual que en el resto de los colegios indianos, los ignacianos, apegados a su ideal  pedagógico definido en  la  Ratio Studiorum, enlazaban, simultáneamente, instrucción y educación  en la formación de un estilo y espíritu de vida; o sea virtud con letras como lo señala  el padre José del Rey Fajardo.[4] Precisamente, en el proceso de enseñanza-aprendizaje cuyo objetivo conjugaba, a través de la raciocinio lingüístico, tal como lo  refiere el mismo Padre del Rey: conocimientos  y valores, saber y ética, palabra y acción, cultura y buenos modales a través del ejercicio  de la persuasión por medio la Retórica,[1] lo que le ha llevado a considerar su aporte en la creación  de  la República de las Letras en Venezuela”. [5]
Todo aquello fue posible gracias  al sistema administrativo del colegio que fue ejemplo de la capacidad administrativa jesuítica. Sus miembros debieron tener una vida ejemplar, de austeridad y rectitud, celosos del cumplimiento de las normas jesuíticas, la cual daba garantía de respeto y obediencia, como acatamiento a la autoridad y, en suma, garantía de eficiencia en la gestión administrativa, así como en la misión espiritual y educativa la Orden de San Ignacio de Loyola. Como bien se ha señalado, en ese sentido ella personificaba un modelo que fue imitado por algunos y envidiado por muchos.

El templo
Con los padres de familia y el resto de los miembros de la sociedad emeritense, los jesuitas  compartían la cotidianidad citadina a través de  permanentes y armónicas relaciones sociales de la que formó parte la eucaristía dominical, la tradicional recepción de sacramentos, las celebraciones religiosas, como la festividad del 31 de julio, dia de San Ignacio de Loyola fundador de la orden o las  fiestas de los patrones de las cofradías. Además, en el templo, los pomposos sermones domingueros  con una con una lucida oratoria sutilmente piadosa y popular,  como los que debió ofrecer el reconocido  padre Ignacio de Meaurio,[6] nutrieron de mensajes sublimes el mundo espiritual y de conocimientos terrenales a la colectividad merideña, contribuyendo decisivamente a la formación de la merideñidad y, de la que formó parte, el sentimiento de pertenencia americana y criolla, considerado  sin vacilación, su mayor legado. [7]
            Una interesante actividad  poco conocida  de los ignacianos pero que debió contribuir a la religiosidad de  los  merideños fue el de evangelización que llevaron a cabo a través de las visitas o misiones circulares que consistían en recorridos temporales por los pueblos próximos  a la ciudad para catequizar y bautizar. Igualmente, se conoce que se desempeñaron como doctrineros de un grupo indígena
 La biblioteca ignaciana
Huellas indelebles dejó  la valiosa  Biblioteca del Colegio San Francisco Javier,  conocida realmente después de la  expulsión de sus gestores, con el Inventario de los bienes del colegio en julio de 1767, [8] al sedimentar, no solo,  los  conocimientos que los colegiales adquirían en las aulas, con los  importantes  libros que la Ratio disponía para la enseñanza de la gramática, humanidades y retórica, sino que  esa extraordinaria riqueza bibliográfica para la época que formó  parte de los bienes,  pasó  al  Seminario de San Buenaventura y, finalmente, de nuestra Alma Mater. Por cierto ese espacio de consulta, lectura y meditación y la dedicación formativa de los  maestros  del colegio, debió tener un significativo influjo  en el arraigo de la vocación al estudio en la  ciudad andina, hecho que se avizora a  las pocas décadas de establecido el colegio ignaciano en 1666, cuando un pequeño grupo de vecinos y estantes en la ciudad protocolizan una escritura [9]  en la contrataban a su costa, un maestro para que ofreciera a sus hijos y a jóvenes de  de ciudades venezolanas un curso de Artes o de Filosofía a un grupo de hombres jóvenes, por espacio de tres años .[10]
Asimismo,  la biblioteca del Colegio Francisco Javier  debió estimular la formación de pequeñas y también importantes colecciones privadas de libros, de las cuales han quedado testimonio en testamentos coetáneos y fomentar el conocimiento humanista en las colectividad urbana, pues existen evidencias de que los jesuitas prestaban los libros a los vecinos emeritenses; en los recibos de ingresos y egresos del colegio, consta que obras importantes  fueron vendidos en los momentos cercanos a su expulsión. Así, en la sociedad urbana, también estos religiosos estimularon el cultivo armónico de intelecto y espíritu,  de  cuerpo y alma,  promovieron  el humanismo americano en los contextos donde ejercitaban la docencia, considerado sin vacilación su mayor legado. .[11]
El complejo  económico.
 La misión  religiosa, social y cultural que llevó a cabo la Compañía de Jesús, a través de su colegio en Mérida, al igual que en otras provincias de Hispanoamérica colonial, fue posible gracias a que sus miembros fueron capaces de desarrollar y manejar racionalmente sus núcleos de actividad económica, las haciendas, columna financiera fundamental del colegio San Francisco Javier. La eficiencia jesuítica tuvo el protagonismo de su complejo ciudad- campo, constituido por el colegio, sus haciendas y otra serie de propiedades urbanas y rurales, las que estuvieron esparcidas   en diversas regiones de la geografía venezolana, desde los Andes hasta las tierras llaneras y lacustres. .[12]
El desarrollo del complejo económico jesuítico dependió en buena medida  de su capacidad administrativa, orientada por el patrón austero de vida de la Orden, modelo orientado claramente hacia organización y maximización de los ingresos y minimización de los gastos. No se desconoce la intervención de una serie de factores humanos y naturales que afectaron la economía de la región e incidieron en la producción de las haciendas ignacianas, consecuentemente en el autoabastecimiento,  la comercialización de sus productos y en el  cumplimiento de todas aquellas funciones. Por ello, hemos señalado que es posible establecer que todo factor que alteró las condiciones ecológicas y económicas de la interacción ciudad-campo en esos siglos hispánicos, determinó modificaciones en la vinculación planificada que mantuvieron los complejos jesuíticos, es decir entre sus instituciones urbanas: los colegios y sus dependencias rurales: las unidades de producción  agropecuaria.
            La  eficacia  de los jesuitas en el manejo de su complejo urbano-rural, modelo de administración,  fue lograda en función de aquel novedoso criterio de rendimiento económico que impusieron a través de sistemas de autoabastecimiento e interdependencia comunitaria  y de autofinanciamiento, logrado por medio de la participación competitiva de sus productos en diferentes mercados. Ese dinamismo que hizo de los jesuitas no solo ejemplo de administración, sino  los administradores  más exitosos en el periodo colonial, haciendo de sus haciendas centros productivos de los mejor dotados y más eficiente en la región. En ellos  desarrollaron actividades agrícola, pecuaria y agropuecuaria, a expensas  primordialmente de la mano de obra esclava, en las que a través de la inversión y administración jerarquizada, debidamente planificada, lograron sistematizar el cultivo, la cría, la artesanía y la comercialización de sus productos,  proveerse de los recursos necesarios que garantizaron el mantenimiento del colegio San Francisco Javier, con sus funciones de docencia, eclesiástica, social y cultural, aporte de la Compañía de Jesús   al desarrollo integral de Mérida y su región hasta 1767 cuando fueron expulsados y abandonaron la ciudad andina. [13]

La presencia jesuítica en una ausencia prolongada.
En 1815 o sea al año del restablecimiento de la Compañía de Jesús por  Pio XII,  el obispo panameño RafaelLasso de Lavega , quien desde su arribo a Mérida debió experimentar el vacío que había dejado en Mérida, el Colegio San Francisco en Mérida, con motivo de la restitución de la Orden y de  que en la provincia del Nuevo Reinohabía todavía vivo seis jesuitas, entre ellos el padre Alejandro Más y Rubí, exponía por escrito a la Real Junta de Restablecimiento en Madrid que se atrevía a asegurar  que “…bastaría correr la voz que vienen para que en todo o en muchas partes muden las cosas de semblante”. .[14]
A más de un siglo de ausencia del Colegio San Francisco Javier,  aún se experimentaba el influjo ignaciano en el ámbito académico emeritense.. A propósito de la cercanía de la fiesta de la Purísima Inmaculada, patrona de la de la Universidad, y en virtud de su vuelta al edificio del extinguido Seminario donde  había había estado alojado desde sus orígenes, la Junta de Inspección y Gobierno de la Universidad acodó solicitarle al obispo el uso de la capilla del  suprimido Seminario; en su petición se evidencia que la proyección del colegio jesuita fue más allá de las Humanidades y penetró profundamente en la espiritualidad de la sociedad  merideña, pues a más de una centuria, en la Universidad se practicaban los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. .[15]
Sin lugar a dudas, el heterogéneo imaginario jesuítico en los periodos de dominación hispánica y en el republicano, dejó huellas perceptibles e impalpables, en los espacios sociales y culturales  de la Mérida serrana. Las diversas representaciones simbólicas ignacianas, a través de una serie de instituciones, forjadas en espacios sociales diversos, moldearon sus actuaciones materiales y espirituales e interactuaron individual y colectivamente en el acontecer de la cotidianidad de la  Mérida.
El colegio, la iglesia y las unidades de producción que constituyeron la triada sobre la que la Orden jesuítica, levantó la obra que trascendió en la vida venezolana hasta más allá de las centurias coloniales, pues su influjo aún se percibe en el tardío siglo XIX.  Muchas Gracias.
**************************************************






No hay comentarios:

Publicar un comentario